lunes, agosto 20, 2007

Vacaciones: Berlín y EL Bulli

Agosto 2007. Vacaciones. Berlín y El Bulli

Qué ganas tenía de ir a Berlín en verano. El único recuerdo que tenía de la ciudad de una visita anterior era de frío y cielo gris. Fue un viaje corto así que no me dio tiempo a casi nada más que eso, sentir el frío y la falta de luz y de sol. A modo de revancha y de triunfo absoluto, he pasado una semana entera en Berlín y sólo llovió el último día, pero cuando ya estábamos camino del aeropuerto! A eso le llamo yo triunfar.
Me encantó caminar por la ciudad, y caminamos mucho. Fue una semana de cielos azules y sol (pero temperatura agradable), parques por todas partes, edificios inolvidables -los clásicos y los menos clásicos-, gente amable, calles interminables, más parques, bicis por todas partes, el río -todo el rato-, cerveza templada, noodles en Mr. Vuong, tardes en el Mitte, un asado en casa de mi amiga Danielle, tiendas de discos (Hardwax… por fin!), otra vez parques… y la sensación de que el tiempo pasa más despacio en Berlín, que no hay ese estrés que hay en Barcelona o en otras capitales… No se si descansé suficiente o si regresé más cansada, pero me lo pasé de maravilla.
(Por cierto, aquí están las fotos de Berlín...)

La segunda parte de las vacaciones fue una sorpresa de última hora. Para los que sean fan(s) de la gastronomía y estén un poco al día en este tema, sabrán que para cenar en El Bulli, el restaurante de Ferrán Adriá, hay una lista de espera de más de un año (algunos dicen que son dos!). Pues a finales de junio nos dijeron (un enchufe) que si queríamos ir teníamos mesa el 17 de agosto…
Así que el 17 de agosto a las 5 de la tarde nos pusimos en camino.
El Bulli está en la Cala Montjoi, a unos 15 minutos de Roses. El lugar ya lo conocíamos, porque un día que estábamos por la zona y vimos el cartel que indicaba el camino, f
uimos hasta allí, aunque sólo fuese por verlo desde fuera. Es que nosotros somos muy fan(s)…
El camino es alucinante, una carretera estrecha y llena de curvas que transcurre por acantilados bordeando el mar a un lado y la montaña al otro.

A partir de las 20h. ya está abierto y nos habían recomendado que llegásemos pronto ya que “es una experiencia de unas 4 horas”… Qué nervios.


Al entrar te reciben un montón de caras sonrientes que no cesan de darte la bienvenida y que a continuación te invitan a pasar a ver la cocina. Allí puedes ver el lugar en el que los cocineros preparan los 34 pequeños platos que componen el Menú Gastronómico. Allí también pudimos conocer personalmente a Ferrán Adriá, que vino a saludarnos.
Ya en la mesa el maître te hace la “encuesta” para averiguar si hay algún elemento del menú que pueda ser problemático, por alergias o simplemente porque no te gu
ste algo: ostras, mejillones, foie, navajas, ajo? Todo bien.
A partir de ahí comienza la aventura.
Con una sonrisa permanente en la cara ves desfilar platillos, recipientes, botecitos… Así se pasaron volando 3 horas y
media.
Para los primeros 10 platos no necesitas cubiertos. Y después sólo cuchara o tenedor, y casi siempre utilizas el uno o el otro para ayudarte ya que no hay pan (¡).


El menú completo es una historia difícil de contar. Es mejor echarle un vistazo y mirar las fotos, que hablan por si mismas. Pero algunos de nuestros favoritos fueron las clásica aceitunas de El Bulli (las hacen utilizando una técnica llamada spherificación, que consigue una textura fina que se deshace literalmente en la boca dejando salir el líquido que contiene y que es su propia esencia), el papel de flores (una especie de papel fino de algodón dulce con flores), el bizcocho de sésamo y miso (con forma de esponja, textura liviana y sabor a miso), las flores de horchata (hechas con nitrógeno), las navajas con algas, los judiones (también sferificados) con panceta Joselito, los ajos con coco, la ventresca de caballa o la anguila-chirimoya (por cierto, el único plato que contenía un trozo físico de carne, foie).

En cuanto a la carta de vinos, es extensísima y de precios variables. Nosotros empezamos con un cava espectacular, Agustí Torello Gran Reserva BN del 2003, continuamos con un blanco (ideal para acompañar un menú casi totalmente basado en productos del mar y de la tierra, y con solamente presencia anecdótica de la carne) de la tierra, un Ctonia del 2004, y terminamos con un MR del 2006 para acompañar los postres.


En cuanto al ambiente, la decoración y el servicio, son de lo más sencillo y cero pretencioso, lo cual sorprende aún más si piensas que estás cenando en el mejor restaurante del mundo (2006 y 2007).





Cenar en El Bulli es una experiencia absoluta, no sólo gastronómica sino de los sentidos en general. No creo que se pueda comparar con ninguna otra cosa.
Por supuesto, esta opinión genera todo tipo de respuestas, desde los que no lo entienden o no lo aprecian, o los que simplemente encuentran una locura gastarse tanto dinero en comer (aunque repito, no es sólo "comer"). En cualquier caso, también creo que no es de los restaurantes más caros de 3 estrellas Michelin. Sobre todo si sales de España.

He leido en algún sitio que Pau Arenós, periodista de El Periódico de Catalunya, que escribe y cocina, y que hace un par de años recibió el premio a la mejor labor periodística, que concede la Academia Española de Gastronomía, en un artículo llamaba a la cocina de Ferrán Adrià, la Cocina Tecnoemocional. Estoy totalmente de acuerdo.